miércoles, 10 de diciembre de 2008

"Ser natural es la más difícil de las poses"


Esta frase de Oscar Wilde bien podría aplicarse al monólogo titulado "Alas furtivas" que Ángel Pavlovsky escribe, monta, dirige, produce e interpreta en la Sala Pequeña del Teatro Español de Madrid. Y por si fuera poco él mismo es el personaje, si es que éste existe fuera del profesional.

El espectáculo comienza con el Pavlovsky director, recibiendo y saludando al público al pié de la grada, que ni siquiera te deja sentarte tranquilamente y doblar el abrigo, apagar el móvil y echar un vistazo al público de al lado. Incluso anima al respetable a hacer preguntas, como si fuese una conferencia, vaya, dando a entender que éste es el momento y que después, aunque también se pueda, ya será el Pavlovsky actor. Así es que cuando por fin ha llegado todo el mundo, el director anuncia que se retira un par de minutos y que el espectáculo va a comenzar... y deja tiempo al público para que termine de colocarse, comente lo difícil que ha sido encontrar aparcamiento y lo bien que te queda el corte de pelo. ¡Ah...! y el móvil. En realidad el espectáculo ya había empezado y de esta forma Pavlovsky "mete" al público en la sala, con sus preocupaciones y todo: más energía para el espectáculo.
Con Pavlovsky todo es lo que parece, sus mentiras son de verdad y "los sueños son".

Confirma el Pavlovsky productor que ésta es la obra que más le ha costado "encarar" y que en ella se propone no mentir. Y hay que reconocerle que no miente ni un segundo. Aunque tampoco tiene ninguna verdad que contar. Que domina a la perfección los recursos formales, en todo momento justificados; que su exuberancia y su histrionismo nunca son sobreactuados; que interpreta con tanta precisión su personaje, que necesita recurrir a despistes o digresiones a los técnicos o al público, para aportar un poco de la falta de naturalidad y que su personaje sea más creíble.


Pero lo mejor es su forzada inseguridad; la de un veterano que añora la emoción de los principiantes, consciente de que su virtuosismo no transmite emoción; que Ángel no puede contarle nada a Pavlovsky que éste ya no sepa.

Y si cuando empezaba el espectáculo, éste ya había empezado, cuando éste acaba todavía no ha acabado. Y entonces es cuando yo debería haber bajado al escenario a darte un abrazo, Ángel, por toda una vida dedicada al teatro y a saber tan bien reflejar la emoción de tu público. ¡Mucha mierda en la vida!

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